sábado, mayo 06, 2006

COTIDEANEIDADES

Calabozos de aire

Otra vez suena el despertador. Otra mañana más oyendo esa desagradable chicharra, aquella que con su “pip-pip” ha intentado en algún tiempo remoto imitar a un pájaro y ahora, tras su intento fallido, en lugar de retirarse humillada se dedica, llena de resentimiento, a sobresaltar a las personas. Intento ignorarla pero me resulta imposible. No recuerdo bien qué estaba soñando, pero sea lo que fuere seguramente era más agradable que el frío otoñal que me aguarda en la calle. Me rindo y dejo que mis ojos parpadeen.

Desde ese momento, cada mañana, el tiempo se acelera. Los minutos abandonan esa danza parsimoniosa con la que envolvían mi sueño y se convierten en mis enemigos. Para abrir el fuego, manoteo el despertador y con un golpe lo obligo a callarse. Allí es cuando despierto la ira de Cronos, quien me declara la guerra.

Con los ojos aún entrecerrados, el paso torpe y la mente aturdida, me levanto y me dirijo al lavatorio. Parece que en el reducto solo transcurrió un instante, pero cuando vuelvo, descubro que mi archienemigo me ha robado casi quince de sus preciadas unidades. Quince veces dio la vuelta la aguja más delgada y saltarina, y yo ni cuenta me he dado. Desconfío de ella, me parece que se ha apresurado sólo para molestarme. Le divierte hacer eso, la conozco. Habrá que endurecer la lucha, pienso.

Comienzo a vestirme. Ya al buscar la ropa, intuyo que perdí uno o dos minutos, y en ponérmela, otros cinco. Arreglo mi cabello, busco aros, anillos y demás necedades con las que solemos recargarnos las mujeres. Ciño mi reloj a mi muñeca y me siento su esclava. Con qué sabiduría decía Cortázar que los relojes eran “un calabozo de aire”. El aparatejo, mi cárcel y carcelero, me avisa que me ha robado cinco minutos más.

En la cocina, vigila mi desayuno otro de estos jefes ceñudos. Este parece más autoritario, es grande y sus números y agujas me gritan que tengo tan sólo diez minutos hasta el momento en el que debo salir. Calentar el café, treinta segundos. Ponerle edulcorante, buscar una cucharita, revolverlo: otros treinta. Hacer una tostada, un minuto. Beber el café, comer la tostada, tomar un vaso de agua, aproximadamente entre tres y cuatro minutos. Total: más de cinco minutos que se han escabullido.
Tratando de no pensar en que el otro bando ya me lleva cinco casilleros de ventaja (la derrota, es decir, llegar tarde a la facultad, es casi inevitable) cruzo el umbral, cierro la puerta y espero el ascensor. Otra maquinaria molesta, si las hay. Y muy solicitada por esas horas. Por fin, la cabina se detiene en mi piso, subo, le exijo con un dedo en su botonera que me lleve hasta la planta baja y mi chofer vertical cumple. Desciendo, recorro el palier, abro la puerta de calle y me preparo para comenzar con la segunda parte de esta batalla.

Ahora, a la esquina. Espero el colectivo que me llevará hasta Caballito para luego sumergirme en el subte. Observo (por centésima vez, siempre la misma observación, qué poca creatividad) que la ley de Murphy se cumple impecablemente con los colectivos. Veamos, en aquella esquina pasan dos líneas: la 181 y la 106. Suelo viajar bastante seguido en ambas. Cuando espero el 181, como ahora, cinco coches de la otra línea pasan orondos, burlándose de mí. ¿De qué se ríen? De que cuando espero a esa línea, lo mismo hacen otros tantos vehículos del 181, que es el que necesito en este preciso momento.

Después de quince minutos de espera (¿serán aliados mi reloj y los colectivos?) el autobús rojo llega y subo aliviada. Quizás aún tenga la posibilidad de estar ocho y media en Moreno al 1900. Una mujer ase su cartera de una forma que sugiere que piensa bajar, me aproximo a su asiento para descubrir, algo más tarde, que no hay esperanzas de que abandone su ubicación. Viajo parada hasta mi destino, añorando mi almohada.

En Acoyte y Rivadavia bajan casi todos los pasajeros. Todos nosotros ahora iremos a constreñirnos dentro de la línea A de subterráneos. Son las ocho y cinco, dice el enorme dictador de números rojos que cuelga del techo del túnel. Pido una de esas tarjetitas, “uno, por favor”, deslizo los setenta centavos bajo la ventanilla. El molinete succiona el cuadradito de cartón, me lo devuelve y me cede el paso. Tres minutos después, llega un tren. Está demasiado poblado, pero no puedo darme el lujo de esperar por otro, me resigno y lo abordo.

Mi humor comienza a cambiar a medida que nos aproximamos a la estación Plaza Miserere. Cuando allí sube una multitud, queda demostrado que siempre se puede viajar un poco más incómodo, siempre entra una persona más donde uno creía que no cabía un alfiler. Todos ellos lucen un gesto de preocupación . Me genera cierta empatía el saber que tenemos un enemigo en común, todos lo miran desahuciados, no sin antes desear que fuera más temprano de lo que creen, para luego comprobar que no es así y apartar la mirada con el ceño fruncido.

Estación Congreso. Al fin. Luego de haberme asegurado de acercarme a la puerta, (no sea cosa que no llegue a salir y quede atrapada entre el gentío hasta la estación siguiente, debiendo darme definitivamente por vencida) bajo con gesto triunfal. Un gemelo del reloj de letras rojas que ví antes, cinco estaciones más atrás, me da tregua avisándome que son las ocho y veintidós. Si camino a paso firme, llegaré puntual.

Tres cuadras me separan de mi destino. Yrigoyen, ocho y veinticuatro, Alsina, ocho y veintiséis, Moreno, ocho y veintiocho. Media cuadra y allí estoy. ¡Lo logré!. Miro hacia mi muñeca con gesto burlón. La sonrisa de la victoria me dibuja una mueca. Esta vez, no me ibas a ganar. Subo la escalera, me acomodo en el aula. El profesor nos pide una redacción sobre algo que nos haya sucedido hoy. Ningún acontecimiento, nada extraordinario pienso. Ha sido, hasta ahora un día común. Pero un día común nunca es tan insulso y ordinario como nosotros creemos. Entonces, me dispongo a contar esta historia de una mañana normal, que podría ser esta mañana o cualquier otra.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

booooooooring

Anónimo dijo...

Copado!!! Gracias por tu redaccion que por lo menos por 5 min me hizo concentrarme en otra cosa que no sea el telefono jejejej (eso es medio peligroso cuando mi trabajo es atenderlo) pero en fin... muy bueno!!

Anónimo dijo...

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